jueves, 8 de marzo de 2012

Mujeres en la fuente (en el día internacional de la mujer)


        La vida de las mujeres, hijas y esposas de ciudadanos adinerados, discurría en la Atenas clásica en el interior del gineceo (literalmente la casa de las mujeres), la parte de la casa en el piso de arriba o lo más retirada  posible de la puerta de entrada y la sala de recepción del varón, de donde salían sólo con ocasión de fiestas religiosas o funerales. Tener a la esposa en casa era la manera más simple de garantizar la paternidad de los hijos nacidos de ella y evitar que pudiera despertar el deseo de otros varones, capaces incluso de recurrir a una  intermediaria para intentar seducirla. Las concubinas llevaban una vida similar a las esposas, y únicamente las esclavas se dejaban ver siempre que el trabajo lo requiriera. El varón iba a la compra, acompañado de un esclavo que cargara con el peso y llevara a casa lo adquirido para que las mujeres fueran preparando la comida mientras él se entretenía con los amigos en el ágora o el gimnasio.

        La mujer pobre tenía que trabajar para vivir. Las que no lo eran, confinadas en el hogar, se relacionaban  unas con otras a través de las azoteas. Y cuando acudían a la fuente a recoger agua para una celebración religiosa, elegantemente ataviadas, entablaban también animadas conversaciones, disfrutando, probablemente, de una actividad tan poco habitual.

        Las muchachas de la hidria del Pintor de la Fuente de Madrid (520 a.C.), una de las joyas del Museo Arqueológico Nacional, no son esclavas obligadas a transportar pesados recipientes con agua, ni trabajadoras a sueldo. Pero el trabajo doméstico es  trabajo. Hoy es un buen día para recordarlo.

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