sábado, 13 de abril de 2013

Más gimnasia y menos cosmética...

        En Homero, Odisea XIII vv. 411-413, la diosa Atenea ordena a Odiseo, que acaba de regresar a Ítaca y va a tener que luchar por recuperar su trono, que vaya al encuentro de Eumeo, el fiel poquerizo, mientras ella en persona se dirige a buscar al joven Telémaco a Esparta, la tierra de hermosas mujeres (v. 412). Nadie olvide que espartana es la propia Helena, a cuya belleza se rinden todos los mortales.
  
       Unos siglos depués, el gran comediógrafo ateniense Aristófanes, comienza su obra Lisístrata (vv. 1 ss.) con la reunión que, ante la Acrópolis de Atenas, celebran mujeres de toda Grecia para decidir cómo pueden poner fin a la guerra ya demasiado larga que enfrenta a sus maridos. Entre ellas destacan la espartana Lampito y las atenienses Lisístrata, Cleonice y Mírrina. Cuando entra Lampito acompañada de dos muchachas desnudas, una beocia y otra corintia, así las saluda Lisístrata: ¡Hola, Lampito, queridísima Laconia! ¡Cómo reluce tu belleza, guapísima!, ¡qué buen color tienes, cómo rebosa vitalidad tu cuerpo! Podrías estrangular incluso un toro. Y la espartana responde, usando su dialecto local: Seguro que sí, así lo creo yo, por los dos dioses, pues me entreno en el gimnasio y salto dándome en el culo con los talones. Y concluye Lisístrata su bienvenida aludiendo, con admiración, a la turgencia de ciertas partes de la anatomía de la recién llegada: ¡Qué hermosura de tetas tienes!, mientras Cleonice resalta la "prominencia" (impresionante físico) de la corintia (v. 91-92).    

Corredora Vaticana,  copia romana de un original griego de ca. 460 a.C., que representa a una vencedora en los Juegos Hereos


       Atenas y Esparta representan en época clásica dos modelos diferentes de tipo de crianza que debía darse a las niñas y de las actividades a las que jóvenes debían consagrar sus esfuerzos hasta llegar al momento en que estarían en disposición de cumplir el destino que les estaba asignado de forma forzosa: tener hijos, y aún después, ya convertidas en madres (y, en Atenas, fieles esposas). Nos referimos ahora a las mujeres libres, con capacidad para transmitir la ciudadanía a los vástagos de sus maridos.

Preparativos de la novia- Museo de Tera

           El hogar es el reino de la mujer ateniense de los siglos V y IV a.C.  A la mujer le trae más honra recogerse en casa que vivir en la calle; para el varón, en cambio, es más vergonzoso permanecer en casa que ocuparse de los asuntos de fuera. Si alguien actúa contra los designios de la divinidad... es castigado por descuidar sus propias tareas o hacer las de su mujer.
       Son palabras de Jenofonte, que en su obra Económico, da, en boca de un tal Iscómaco y entre otros numerosísimos consejos sobre cómo debe de realizarse la administración del hogar, algunos avisos para la mujer decente, referidos a su físico.   No debe maquillarse para parecer más bella o  recurrir a zapatos altos para aumentar su estatura. Es como usar moneda falsa ( X 2-5). Para ser hermosa y estar sana, Iscómaco aconseja a su esposa que no esté siempre sentada, como una esclava, sino que procure  hacer algo en el telar, vigilar a las mujeres de la cocina, vigilar que todo esté en su sitio y lo más útil de todo, aplicarse con celo a ciertas labores domésticas (X 11-12): También dije que era un buen ejercicio humedecer y amasar la harina, y sacudir y doblar los vestidos y las mantas. Con tal ejercicio comerás con más apetito, gozarás de mejor salud y tendrás de verdad mejor color.


     Si en Atenas se  criaba a las niñas dándoles de comer de forma moderada y se les reservaba una vida apacible en casa, su constitución física y su salud tenían que sufrir, lógicamente, los efectos negativos de una alimentación escasa y de una actividad física reducida al mínimo, causantes de muchas muertes en la primera infancia y a consecuencia de partos, en madres con frecuencia extremadamente jóvenes. 




        En cambio, para conseguir los hijos robustos que el estado espartano necesitaba, en Esparta se nutría bien a las niñas y a las muchachas y se les hacía practicar los mismos ejercicios físicos que los hombres, quedando las tareas de la casa relegados a mujeres de clases inferiores. Se adiestraban y competían, según Plutarco, en carreras, lucha, disco, jabalina, y, en lugar de recibir una educación sedentaria y encerrada en el hogar, se dejaban ver por los muchachos incluso desnudas, y cantaban y danzaban en público. 

Espartana (ca. 520 a.C.)- Museo Británico


      A juzgar por las palabras que Aristófanes pone en boca de la ateniense Lisístrata, parece que se consideraba sanas y bellas a las espartanas, y a las que como ellas (corintias, beocias...) estaban bien alimentadas y ejercitadas.  Eso sí, teniendo en cuenta que el éxito de la propuesta de la heroina de la comedia, la ansiada paz, depende del pésimo estado físico y, por ende, psicológico en que llegarán a encontrarse sus maridos por culpa de la abstinencia sexual a que ellas les van a forzar, las griegas todas deben atender a las sugerencias de Lisístrata para lograr cuanto antes sus objetivos (vv. 149 ss.): quedarse quietecitas en casa, bien maquilladas, y pasear junto al marido vestidas sólo con una camisita transparente y el pubis depilado. Hasta la espartana Lampito tiene clara la efectividad de estas medidas (vv. 155-156): Por lo menos Menelao, cuando echó una mirada a los melones de Helena, que estaba desnuda, tiró la espada, creo yo.

      ¿Mujeres forzosamente de aspecto decente en la calle y atrevidas de puertas adentro? La comedia puede proporcionar un aspecto distorsionado de la realidad, pero nos lleva a pensar qué poco ha cambiado el mundo en algunos aspectos....

P.S. Sigo recomendando la traducción de Elsa García Novo para Lisístrata (Madrid, 1987).
     




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