miércoles, 4 de diciembre de 2013

Coche prestado, percance casi asegurado...

       Eso es lo que no sabía el adolescente Faetonte, un hijo de Helios, el Sol, que se había criado con su madre, Clímene, sin que ella le revelara quién era su padre. Cuando finalmente lo hizo, Faetonte pidió a Helios que diera ante el mundo una muestra inequívoca de su relación con él, cumpliéndole un deseo. Helios juró concedérselo por la Estigia (gran error, pues es juramento inviolable), y por eso se vio forzado a dejarle conducir por un día el carro de oro y plata obra de Hefesto con el que realiza el recorrido por la bóveda celeste, desde el amanecer hasta el ocaso, cuando le toma el relevo Selene, la Luna. 



     Faetonte comenzó el recorrido con un carro que ni Zeus se atrevería a conducir, pero no le sirvieron de nada los muchos consejos que su padre le había dado sobre cómo controlar a los cuatro caballos que echan fuego por la boca y las narices (cuesta arriba aún se podría contenerlos, pero cuesta abajo se desbocan) y sobre el camino que debía seguir (ni muy alto ni muy bajo). Al llegar a las alturas, los caballos se van por donde quieren, calentando el frío norte. Faetonte no sabe dónde está y se asusta, y baja entonces tan cerca del suelo que quema árboles, campos, ciudades, personas, Europa, África y deja oscurecida la piel de los que vivían en la región que recibió de este hecho el nombre, Aithiopía, Etiopía ("rostro quemado"). Zeus decidió terminar con tales desastres y, desde lo alto del Olimpo, lo fulminó, cayendo su cuerpo sin vida al río Erídano.

    Las hermanas de Faetonte, las Helíades, le lloraron con tanta intensidad que acabaron convertidas en álamos y sus lágrimas, en ámbar. Pero hay una versión por ahí que cuenta que ellas habían provocado la muerte de Faetonte al darle el carro y los caballos de Helios sin permiso de su padre.

     Si Faetonte hubiera conocido la historia de Ícaro, muerto por desobedecer a su progenitor, tal vez habría hecho caso a Helios y pedido otra cosa distinta a conducir un vehículo con demasiados caballos... Se habría evitado el primer accidente de tráfico de la historia (o, viceversa, el primer accidente de aviación).

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(Lectura recomendada: Ovidio, final del libro I y principio del libro II de Las Metamorfosis).

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